New York Ultimate: Una catedral de luz para Nueva York

miércoles, 10 de febrero de 2016

Una catedral de luz para Nueva York

Un recorrido por la obra más polémica de Santiago Calatrava en Nueva York, un intercambiador que es una excusa para un espacio público y comercial tan costoso como espectacular
Aspecto de las obras en el interior del intercambiador de Calatrava en el World Trade Center
Aspecto de las obras en el interior del intercambiador de Calatrava en el World Trade Center - NOLAN CONWAY


JAVIER ANSORENA


«Yo lo odiaba», reconoce Mark, de 61 años, delante del intercambiador queSantiago Calatrava está a punto de inaugurar en el World Trade Center, en Nueva York. Este empleado del Departamento de Salud habla con conocimiento. La ventana de su despacho da a la obra, y en los últimos años ha seguido al día el avance de las grúas y las hormigoneras. Su opinión, sin embargo, ha cambiado. Los aleros del Oculus, la inmensa bóveda acristalada que guarda una plaza pública y que es la joya del proyecto, ya no están manchados por el óxido ni la suciedad, la obra no parece el resultado de una excavación futurística. «Ahora me gusta mucho. Creo que va a ser el elemento más distintivo del World Trade Center», asegura con la mirada puesta en la estructura, fulgurante de blanco, con las vigas metálicas curvadas hacia el cielo.
Cuando Calatrava presentó el proyecto en 2004, explicó con un dibujo la inspiración para su intercambiador: las manos de una niña soltando una paloma. A pie de obra, Maribel y Julio, dos turistas uruguayos, creen reconocer «un ala» en la cubierta. Melissa, que vive en Midtown, coincide con quienes ven «el esqueleto de un dinosaurio gigante». «Muchos huesos», es lo que advierte Sarah, que viene cada día desde el Upper West Side. «No sé, es algo muy raro, no veo nada», concede Susan, que llega cada mañana en el tren de cercanías desde el Sur de Nueva Jersey.
Dentro del edificio, en la plaza subterránea que esconden las alas de metal y cristal, las dudas se esfuman. La espectacularidad de la bóveda es innegable, una catedral de luz en la que las vigas blancas que soportan la estructura se repiten hasta el infinito. Da la sensación de ser Jonás en la panza de la ballena, aunque luminosa y transparente, con un costillar límpido que conecta con la ciudad, con el mundo. La impresión hubiera sido todavía mayor en el diseño original, que contemplaba la mitad de vigas y permitía una estructura con más cristal y una sensación más liviana. Tuvo que ser modificado porque las autoridades exigieron una mayor resistencia.

Oculus, una golosina comercial

El Oculus será el espacio principal del proyecto, el que lo articule. La necesidad era construir un intercambiador de transportes que conecte las estaciones del PATH -el tren de cercanías que une Manhattan con New Jersey- y las paradas de metro del World Trade Center, con los diferentes rascacielos del complejo y con el exterior. Pero Calatrava ha ido más allá con un gran espacio público que amenaza con convertirse en uno de los grandes polos del turismo y del comercio de la ciudad. En el futuro, el intercambiador conectará de forma subterránea el PATH y once líneas de metro, sobre todo gracias a una conexión con la nueva estación de Fulton, el principal nudo de comunicación del metro en la zona. La obra de Calatrava no añade grandes infraestructuras de transporte, pero crea un espacio subterráneo exquisito, en el que el Oculus, con su suelo a diez metros bajo tierra será la transición de la oscuridad del transporte bajo tierra a la vida exterior.
Sin ninguna duda, el Oculus será una golosina comercial. Es difícil anticipar todavía si el diseño de Calatrava será más un centro de transportes, un espacio público o una excusa para vender. La frontera entre lo público y lo comercial se difumina en Nueva York más que en ningún sitio y en las galerías subterráneas del intercambiador hay lugar para 34.000 metros cuadrados para tiendas y restaurantes.

Un tubo de luz

Fuera del Oculus, los espacios que conectan la plaza urbana con las dársenas del tren de cercanías el metro o los rascacielos del World Trade Center, mantienen la estética repetitiva de vigas blancas: onduladas en el vestíbulo del PATH y rectilíneas en un amplio pasillo que conecta la entrada Oeste con el resto del intercambiador. Esta es la única zona completamente acabada del intercambiador, inaugurada hace 18 semanas. Es un tubo de luz, en el que contrastan las figuras negras de los pasajeros camino a sus trabajos, con uniforme de abrigo oscuro de invierno, en una constante inyección al corazón de la ciudad.
El resto del intercambiador sigue con las tripas abiertas. La inauguración está prevista para marzo, pero el paisaje está lejos de parecer terminado. Los espacios están invadidos de mezcladoras de cemento, grúas móviles, cables, serrín o paredes de conglomerado y en la bóveda retumban las pruebas del funcionamiento de las señales de alarma y la música latina de los trabajadores de la construcción. En el exterior, las hormigoneras y los camiones de transporte trabajan sin descanso y se advierte que falta maquillar con pintura algunas de las vigas que forman las pestañas o las alas del Oculus. En uno de sus extremos, también se distingue una gran abolladura en la cubierta de la bóveda. Según el estudio de Calatrava, podría tratarse de un cordón de soldadura en la unión de chapas metálicas que todavía no se ha afinado y que es un detalle que se pulirá en el futuro.

Retrasos y sobrecostes

Las obras han tenido otros problemas. En noviembre, «The New York Times» publicaba que había goteras en una zona destinada a uso comercial (los responsables de la obra aseguraron que se debieron a un problema en la construcción vecina, la del rascacielos del arquitecto británico Richard Rogers). Pero el mayor de todos no se percibe con la vista: los retrasos y los costes. En el plan inicial, el intercambiador se acabaría en 2008 y costaría 2.500 millones de dólares. Parte de él se inaugurará este año, y el precio se ha disparado por encima de los 4.000 millones de dólares. Los problemas de presupuesto se llevaron por delante uno de los elementos estrellas del diseño de Calatrava: las alas de la cubierta se podrían abrir y cerrar, dejando al aire una columna de techo en la bóveda. Ahora, esa columna se podrá abrir, pero a través de los cristales retráctiles que la forman, sin que se muevan las vigas.
«Trato de no pensar en el coste del edificio», reconoce Mark, que viaja cada día desde el East Village en un metro plagado de ratas y retrasos, y con el precio del billete en ascenso continuo. «Es un proyecto muy interesante, perome fastidia cómo se usan los recursos», protesta Kaetan, que viene de New Jersey con el PATH siempre hasta arriba y que las autoridades amenazan con reducir su servicio.
Era imposible que la obra de Calatrava no fuera polémica. Es la estructura arquitectónica más atrevida en el solar más escrutado del mundo. Aquí han peleado los intereses de alcaldes, autoridades estatales, constructores, promotores, arquitectos, pasajeros y, con gran importancia, los de las víctimas de los atentados. El intercambiador se llena de homenajes hacia ellas: dominado por el mármol y el metal, todas las partes que tocan el memorial del 11-S son en piedra, se conserva un trozo de suelo del antiguo World Trade Center y la situación del Oculus tiene que ver con la posición del sol durante la tragedia. Pero, sobre todo, es una explosión de luz frente a los atentados que mandaron a Nueva York a las tinieblas.
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